19 de abril del 2021
A pesar de ser un hecho ampliamente documentado, las víctimas de la masacre ejecutada por paramilitares del Bloque Calima de las AUC en el Naya siguen a la espera de verdad, justicia y reparación integral. Dos décadas después de lo ocurrido, el Observatorio de Derechos Territoriales de la Secretaría Técnica Indígena de la Comisión Nacional de Territorios Indígenas (CNTI) acompañó su conmemoración para recordar lo sucedido y honrar a sus muertos con el propósito de hacer memoria.
La región del Naya es mágica, amañadora, la calidez de su gente contrasta con la majestuosidad de los ríos que se mezclan con selvas verdes y vírgenes, y el agua que se desprende de las montañas, en gigantescos abismos, formando cascadas cristalinas.
El territorio está dividido en Bajo, Medio y Alto Naya lugar de convivencia de comunidades negras, campesinas e indígenas. Sólo cuenta con dos vías de acceso: una de ellas por el municipio de Buenos Aires, en el norte del Cauca y otra acuática por Buenaventura por el canal entre el océano Pacífico y el suroccidente del país en el Valle del Cauca.
Tras una larga cruzada a lomo de mula y luego de pasar por tramos del camino casi verticales, sobresalen las lomas “La Fatigosa” y “La Pálida”. Para quienes llegan allí por primera vez, una parte del trayecto sólo deja ver barro y un pequeño trazo por los barrancos que parecen fáciles de atravesar. Más adelante, en otros tramos como Piedra Lisa, resulta difícil no sentir miedo, al pasar por unas piedras gigantes, húmedas y muy empinadas sobre las cuales el paso de las mulas ha dejado por años una huella permanente.
El riesgo de resbalar y caer al abismo se olvida cuando emerge entre las montañas el “Cerro Azul”, un espacio sagrado de vida a simple vista virgen, que pareciera querer olvidar la llegada al territorio de actores armados y del narcotráfico.